Disfrutando del estilo de vida de un exitoso banquero de Wall Street, Daniel Rehill alquiló una casa en Amalfi, Italia, para el verano. Cuando una amiga de él quiso visitar Medjugorje, el lugar de las apariciones de Nuestra Señora al otro lado del mar Adriático, Daniel decidió ir con ella. A pesar de los privilegios y lujos de su trabajo, se volvió muy infeliz a lo largo de los años. Comenzó a tener pesadillas que eventualmente lo llevaron a meses de insomnio. En su primera noche en Medjugorje pudo consiliar el sueño, Daniel se despertó con una sensación increíblemente buena. Cuenta que la palabra paz no es suficiente para describir el sentimiento que tenía. Buscó un sacerdote ese día y se confesó, luego de 20 años de su última confesión y retornó a la Iglesia Católica.
En su testimonio para «Frutos de Medjugorje« , el Padre Daniel habló con Marija Jerkić sobre su conversión y el camino hacia el sacerdocio. Puedes ver su testimonio en el canal de YouTube Frutos de Medjugorje, y a continuación te la trascribimos en su totalidad:
Cuenta el Padre Daniel:
Mi madre visitó Medjugorje alrededor de 1989. El prometido de mi hermana tuvo un terrible accidente y estuvo en coma por seis meses y decidieron ir a Medjugorje a orar por un milagro y esa fue la primera vez que escuché de Medjugorje. ¡Y sí, yo no creía! Cuando era niño, a la edad de 10 u 11 años, un sacerdote abusó de mí, entonces tomé la decisión consciente de que nunca volvería a la iglesia. Así que dejé la iglesia durante unos 20 años y decidí hacerme rico haciendo banca y dinero.
Después de la universidad me mudé a Manhattan y trabajé en Wall Street, gané mucho dinero, pero me volví muy infeliz, porque la felicidad no viene del dinero, sino de una relación con Jesús, y yo no sabía por qué era infeliz y estaba empezando a tener pesadillas, era la misma todas las noches: yo me ahogaba, pero también habían unos bebés a mi lado que también se ahogaban, pero no podía alcanzarlos. Entonces me despertaba y no podía dormir, no había dormido nada durante meses. Luego alquilé una casa en Amalfi, Italia. Una villa grande, para fiestas de verano con amigos y un día una de mis amigas de Nueva York dijo que iba a ese lugar llamado Medjugorje.
Me pidió que la acompañara porque no se sentía segura, ya que la guerra acababa de terminar. Y dije: Bueno, está justo enfrente de Italia, ciertamente es lo mismo que Italia, ¿verdad? Buena comida y buen vino… será genial. Entonces, fui a Medjugorje en 1998 y cuando llegué a Medjugorje, después de un viaje duro, miré un poco a mi alrededor, en su mayoría mujeres mayores rezando el rosario, así que decidí: no pertenezco aquí, estoy cansado, me voy a dormir, y por la mañana encontraré un auto y me iré de aquí.
Me acosté y me desperté en la mañana siguiente con una inmensa sensación de bienestar, lo que sentía… realmente no puedo explicarlo porque hay que experimentarlo para saber de lo que hablo, pero si dijera paz, eso no sería no será suficiente. Sentí que todo estaba bien conmigo y con el mundo, conmigo, con Dios, con todo, y eso que aún no me había confesado, así que fue un regalo, un regalo maravilloso.
Cuando trabajas en Wall Street, es un trabajo implacable, tienes que ser insidioso para progresar, tienes que ser fuerte. Cínico, enojado, implacable, centrado solo en ti mismo, en su progreso, por lo que este estilo de vida trae caos interior a una persona. No hay Dios allí. Y como me sentía tan bien, pensé: ‘si así es quedarme en Medjugorje, me quedaré toda la semana’. Sabía desde niño que tenía que confesarme antes de poder participar plenamente en la Misa, así que fui a la iglesia a buscar un sacerdote, y sabía que tras 20 años desde mi última confesión, tendría que ser un sacerdote, muy misericordioso. Pensé en buscar a alguien que no me juzgara o me condenara.
Y afuera de la Iglesia estaba un sacerdote que hablaba con varias mujeres, contando chistes, todas se reían con él, y él estaba fumando un cigarrillo, un hombre de piel oscura y bien parecido, yo me dije, ‘este es el indicado, un verdadero sacerdote de Hollywood’,
me acerqué a él y le pregunté: ¿Me puedes confesar?
Él respondió: ¡Claro!, y escuchó la confesión de veinte años de mi loca vida en Nueva York.
Finalmente me miró y dijo estas palabras muy inusuales: ‘Creo que tienes vocación sacerdotal’.
Lo miré y le dije: ‘¿Disculpa? ¿No entiendes inglés, no has escuchado mi confesión ahora?
Y él dijo: «Para Dios todas las cosas son posibles».
Le respondí: ‘Está bien, ¡gracias!’
No lo pensé más, seguí mi propio camino, continué toda la semana uniendo todos los puntos: Programa de la tarde con el rosario, Misa, confesión, escalar Križevac, Colina de las Apariciones, cruz azul, todo.
Volví a casa y las cosas empezaron a complicarse un poco porque ahora hay que ponerlo todo en práctica. Aquí en Medjugorje es mucho más fácil porque aquí todo el mundo lo hace, pero no todo el mundo en Nueva York vive así, así que tuve que distanciarme de algunos amigos que no tenían una buena influencia en mí. Me uní a la Asociación de Jóvenes Católicos de Wall Street, una muy buena comunidad de católicos practicantes. Iba al trabajo a pie todos los días rezando el rosario por la mañana, por la tarde y cada vez que caminaba. Iba a misa durante el almuerzo y en aproximadamente un mes viví una vida católica de calidad, ya sabes, no solo lo mínimo, sino más que eso.
En ese momento, uno de los sacerdotes de la parroquia se fijó en mí. No me había visto antes, así que me habló y me dijo: ‘Creo que necesitas un guía espiritual’. Estuve de acuerdo y empezamos a reunirnos una vez a la semana y lo primero que dijo fue: ‘Tienes que empezar a orar y preguntarle a Dios si eso es lo que quiere de tu vida. Porque tal vez, nunca preguntaste, ¿verdad?’
Dije: ‘No, nunca pregunté’.
Y comencé a orar: ‘Señor ¿Quieres que me quede en mi trabajo o que haga otra cosa?’
Oré por eso durante una semana, volví donde el sacerdote y le dije: ‘Él no me respondió, obviamente quiere que me quede allí’.
El sacerdote fue sabio y me dijo: ‘¡Examinemos un poco tu vida! Así que durante 20 años dejaste la Iglesia, ignoraste a Dios, luego volviste a la Iglesia y luego oraste durante una semana y no te respondió. ¿Es eso así? ‘
Respondí que así era. Me preguntó: ‘¿No crees que eres un poco impaciente?’
Dije: ‘Tal vez’.
Me aconsejó que siguiera orando y entonces ore por un mes, ore por seis meses, ore por un año. Dieciocho meses después de esa oración diaria, el 5 de noviembre de 2000, estaba sentado en un banco después de la comunión para la misa dominical y escuché una voz que decía: ‘¡Ven, sígueme!‘ me di la vuelta y no había nadie alrededor y luego me di cuenta, ‘¡Oh, bueno, eres tú!’ Así que todavía tienes una voz. Y dije: «Está bien, voy detrás de ti, no sé a dónde vamos, pero voy detrás de ti«.
Al día siguiente tomé licencia por enfermedad, oré por esa intención y renuncié un día después. Y luego comencé a investigar cómo imitar a Jesús de una manera más concreta. Decidí estudiarlo todo como siempre lo hice y como aprendí en un ambiente de negocios. Entonces, hice tablas con todas las órdenes de la iglesia, carismas, lugares y duración de la formación. dominicos 12 años – ni loco!; Jesuitas 12 años – ¡de ninguna manera!; Legionarios de Cristo 12 años – no, demasiado tiempo…
Resultó que la formación de sacerdotes diocesanos fue la más corta, eran cuatro años. Decidí ser sacerdote diocesano. En ese momento, sin embargo, sucedió el 11 de septiembre y yo vivía a cuatro cuadras del Trade Center. Y entonces de repente no tenía trabajo, ni podía ir a casa, ya no podía vivir allí porque Manhattan estuvo cerrado durante dos meses.
Un sacerdote vino de Boston para celebrar la Misa de Sanación para las Viudas, un amigo mío estaba trabajando como cantor en ese momento y su esposa quería ir a esa Misa. Así que prometí llevarla. Fuimos a Misa y después de Misa, es decir, antes de comer, el cura dijo: ‘¡Quiero hablar con él, tráigalo!’
Llegó hasta mí, y literalmente me dice: ‘¿Qué estás haciendo con tu vida?’
Así me dijo, aunque fue un poco rudo, yo le dije: ‘Nada, no tengo trabajo ni casa’.
Y él dijo: ‘Tal vez el Señor te está llamando a Boston’. y luego se fue.
Su nombre es P. Tom DiLorenzo, aún vive y es el sacerdote más dinámico que conozco porque vive el Evangelio, literalmente lo vive.
Cuando me mudé, se produjo una fuerte ventisca. Me trasladé a Boston durante la fiesta de los Santos Arcángeles y a mediados de diciembre nos azotó una gran tempestad, el noticiero advertía: No salgan porque podrían morir.
Y un poco más tarde él me llama: ‘Danny, ponte la chaqueta, ¡vamos afuera!’
Y le dije: ‘Padre, dicen que podríamos morir’.
Y él dijo: ‘Tonterías, ¿sabes quiénes se van a morir esta noche? las personas sin hogar. ‘
Entonces, nos subimos a su camioneta y comenzamos a recoger a los desamparados. ¡Los recogiamos, los llevabamos a la iglesia y saliamos de nuevo! Los recogimos hasta que ya no quedó nadie en la calle. Y luego llegados a casa, cocinó albóndigas y mucho espaguetti. Les dio de comer a todos, y luego les predicó el Evangelio de como Dios los amaba, y luego les entregó unas mantas y les dice: ‘Quédense aquí’ , luego aumentó la calefacción, y dijo: ‘ en la mañana prepararé el desayuno’ .
De camino a la casa parroquial, le dije: ‘No sabía que los sacerdotes también estaban haciendo esto porque realmente es ayudar a la gente, no solo rezar’.
Él dijo: ‘Por supuesto que sí, no puedes rezar con alguien que está muerto’.
Entonces pregunté: ‘¿Por qué no lo hacen todos, por qué no lo hacen todas las iglesias?’
Él respondió: ‘Somos muy pobres, existe el don de la pobreza y por eso no nos importa que la gente nos robe las velas, nuestras puertas siempre están abiertas’.
Luego me aconsejó que redactara una solicitud para el seminario y la presenté, pero luego ocurrió un escándalo, el escándalo sexual en Boston. No sé si alguien es consciente de cuán grande fue el escándalo. Todos los días, una nueva historia se convertía en noticia de última hora y, por lo tanto, durante meses, simplemente la gente de Boston estaba exahusta. Los católicos se sintieron tan humillados, fue un momento difícil, y reviví esa experiencia mía de la infancia a medida que los recuerdos volvían.
Fue un tiempo doloroso, pero también un tiempo de sanación porque me permitió empezar a orar por los sacerdotes que hicieron cosas, que no habían hecho antes.
Sucedió que no fui al seminario en Boston, sino que terminé en una comunidad de ermitaños contemplativos en Nebraska. En cinco años me convertí en un ermitaño contemplativo y allí la mayor parte del día estabamos en oración.
El carisma de la comunidad es tan único, y es la Cruz. Todo el carisma se reduce a entregar la propia vida y presentarla a Jesús para obtener de nuestro sacrificio gracias que se envíen para la salvación de las almas. Esto es muy importante porque en el seminario te enseñan a ser un buen pastor, pero no te enseñan a ser el cordero del sacrificado. Y por eso hoy hay muchos sacerdotes que tienen dificultades con la entrega de su vida y con lo que les gustaría hacer para que la Iglesia se desarrolle y prospere.
Eso es lo que les falta a la mayoría de los seminarios, no puedo decir de todos, pero sí de aquellos en los que he estado. No parece que les enseñen eso. Y eso es lo principal cuando recordamos la misión de Jesús, Su misión se centró en ese evento.
Todos los años preparatorios [de Jesús] fueron importantes, pero fue ese momento [la cruz], el triunfo y redención. Y si el sacerdote no lo sabe, no podrá decir: con gusto lo haría, porque esto es lo más importante que Dios me pide hoy.
decir: ¡Sí, me levantaré, iré a ese hospital!, incluso durante el COVID. Había muchos sacerdotes que tenían miedo de llevar la unción a los enfermos, y en el hospital dijeron: igualmente, no pueden entrar.
Yo tuve mucha suerte, pues les dije a las enfermeras: ‘Si ustedes pueden entrar en la habitación, ¿por qué no puedo yo?’ – ellas dijeron: ‘es que tenemos una máscara especial que nos protege completamente la cara.’
yo les dije: ‘¡Consíganme esa máscara!’
Y así en Tennessee, donde trabajo, me hicieron una máscara y ahora puedo ungir a todos. Incluso si no eres católico, vendré a rezar contigo porque tengo una máscara especial.
Eso me hizo un poco de gracia y por eso les dije: ‘¿Saben qué?, mi máscara es mi bautismo, y estoy protegido por la Sangre [de Cristo], ¡déjenme entrar!’
Pasé un período importante de cinco años allí [comunidad de ermitaños] para aprender que esto es muy importante en la vida de un católico. Luego, regresé a Nueva York y parecía que nada iba a pasar.
Cuando los obispos me veían, decian: ‘¡Es muy viejo! Era un banquero de Wall Street, ¡no lo necesitamos!’
yo no tenía adónde ir, así que pensé: ‘¿Cómo terminará esto?’
Finalmente le dije al Señor: ‘Sabes qué, puede que me lo haya imaginado, puede que no tenga una vocación después de todo. Tal vez todo fue para mi propio desarrollo, para convertirme en una buena persona, por eso te devuelvo esta vocación. Es tuyo de todos modos. Si quieres que sea sacerdote, que me llame el obispo’.
Y lo dije como si nunca fuera a pasar, pero así sucedio. Dejé de buscar y volví al trabajo. Después de tres meses, un hombre con acento sureño me llamó y me dijo: ‘¡Hola!’
Respondí y me dice: ‘¿Eres Daniel Rehill?’
Confirmé y pregunté: ‘ Sí ¿quién eres?’ – y dijo: ‘soy el obispo David Choby de Tennessee.’
Y dije, ‘Oh, ¿en serio?’
Continuó: ‘Soy obispo aquí en Nashville, me gustaría conocerte’.
Me subi a un avión y nos conocimos. Él no es como la mayoría de los obispos que, ya sabes, le dan la mano a alguien y hablan durante unos minutos y luego te entregan al comisionado de vocaciones porque están muy ocupados.
Él Me recogió en el aeropuerto, yo le pregunte: ‘¿usted me va a recoger?’
Y él dijo: ‘¿Eso es un problema?’
Yo dije: ‘No, pero los obispos no reciben seminaristas en los aeropuertos, envían a alguien’.
Y él dijo: ‘Bueno, aquí somos diferentes’.
Me llevó a su casa donde vive solo y allí me quedé una semana, ¡en su casa!
Después de una semana me dijo: ‘Sabes, Daniel, creo que deberías venir a Tennessee y ser sacerdote aquí. Te invito. ‘
Estuve de acuerdo y terminé en Tennessee. Seis meses después me ordenó diácono, y después de otros seis meses, sacerdote. Así llegué a mí último paso hacia el altar, es decir, tuve que entregar todo para seguir adelante. Porque, eso es importante, dejarlo todo. Incluso las mayores esperanzas que tienes y luego él [Jesús] te sostiene.
Les contaré otra cosa sobre ese primer sacerdote que me confesó allí en Medjugorje.
Su nombre es Fr. Branimir, solía trabajar aquí en Medjugorje, ahora está en otro lugar y no lo había visto en 19 años. Por supuesto, lo recuerdo porque fue un punto de inflexión en mi vida. Ahora como sacerdote traje un grupo de Tennessee aquí a Medjugorje y un día fuimos a Tihaljina a ver la estatua de Nuestra Señora y el guía dice: ‘Esperen aquí, un sacerdote viene a saludarnos’.
En aquel momento se acercó el Padre Branimir, y yo lo reconocí porque era el sacerdote que escuchó mi confesión después de 20 años, y luego se fijó en mí y dijo: ‘¡Oh wao, te has convertido en sacerdote!’
Le dije: ‘¿Te acuerdas de mí?’
Él dijo: ‘¡Sí, estuve orando por ti!’
Increíble que se acuerde de una persona de hace 20 años, y él, que tiene 20 confesiones al día; luego me invitó a la casa, me ofreció café, dulces, lo que tenía. Ya dejó de fumar, lo cual es muy bueno, hablamos de todo, fue genial porque luego, ves que Dios vuelve a conectar todo, le pone un moño y arregla todo muy bonito, bonito. y bueno, volver a Medjugorje como sacerdote es una experiencia profunda, por varias razones:
Primero, porque sé personalmente en mi corazón, cuánto ama Nuestra Señora a los sacerdotes, no todos los sacerdotes lo saben, pero yo lo sé. Y volver a Medjugorje, donde Ella viene todos los días, es tan fuerte, porque ahora también yo puedo practicar el ministerio de la gracia, de la misericordia, escuchar tantas confesiones y celebrar el sacrificio de la santa Misa.
La última vez celebré Misa en Medjugorje, lo que hoy me hace más humilde sabiendo que vivía con un pie en el infierno y el otro sobre una cáscara de plátano y que en cualquier momento pude haber terminado muy mal; y ahora estoy en un lugar donde puedo revelar al pueblo de Dios la gloria de Dios y la misericordia de Dios, como lo hace Nuestra Señora, que es una verdadera y profunda bendición.