Queridos hijos, hoy vengo a ustedes en el gran amor de Dios para conducirlos por el camino de la humildad y de la mansedumbre. La primera estación en este camino, hijos míos, es la Confesión. Renuncien a su orgullo y arrodíllense ante mi Hijo. Comprendan, hijos míos, que nada tienen y nada pueden. Lo único que es de ustedes y que poseen es el pecado. Purifíquense y acepten la mansedumbre y la humildad. Mi Hijo habría podido vencer por la fuerza, pero eligió la mansedumbre, la humildad y el amor. Sigan a mi Hijo y denme sus manos para que juntos subamos arriba del monte y venzamos. ¡Les doy las gracias!»