«Queridos hijos, el Padre no los ha dejado a vuestra merced. Su amor es inmenso, amor que me conduce a ustedes para ayudarlos a conocerlo, para que todos, por medio de mi Hijo, puedan llamarlo con todo el corazón: “Padre”, y para que puedan ser un pueblo en la familia de Dios. Pero, hijos míos, no olviden que no están en este mundo solo por ustedes mismos, y que yo no los llamo aquí solo a ustedes. Los que siguen a mi Hijo, piensan en el hermano en Cristo como en ellos mismos y no conocen el egoísmo. Por eso, yo deseo que ustedes sean la luz de mi Hijo, que iluminen el camino a todos los que no han conocido al Padre —a todos los que deambulan en la tiniebla del pecado, de la desesperación, del dolor y de la soledad—, y que con su vida les muestren a ellos el amor de Dios. ¡Yo estoy con ustedes! Si abren sus corazones los guiaré. Los invito de nuevo: ¡oren por sus pastores! ¡Les doy las gracias!»