“Queridos hijos, les hablo como su Madre, Madre de los justos, Madre de aquellos que aman y sufren, Madre de los santos. Hijos míos, también ustedes pueden ser santos, eso depende de ustedes. Santos son aquellos que aman sin medida al Padre Celestial, aquellos que lo aman sobre todas las cosas. Por eso, hijos míos, procuren siempre ser mejores. Si procuran ser buenos, pueden ser santos, sin pensar que lo son. Si piensan que son buenos, no son humildes y la soberbia los aleja de la santidad. En este mundo inquieto, lleno de amenazas, sus manos, apóstoles de mi amor, deberían estar extendidas en oración y misericordia.
A mí, hijos míos, regálenme el Rosario, esas rosas que tanto amo. Mis rosas son sus oraciones dichas con el corazón y no solo recitadas con los labios. Mis rosas son sus obras de oración, de fe y de amor. Cuando mi Hijo era pequeño, me decía que mis hijos serían numerosos y me traerían muchas rosas. Yo no lo comprendía. Ahora sé que esos hijos son ustedes, que me traen rosas cuando aman a mi Hijo sobre todas las cosas, cuando oran con el corazón, cuando ayudan a los más pobres. ¡Esas son mis rosas! Esa es la fe que hace que todo en la vida se haga por amor, que no se conozca la soberbia, que se esté pronto a perdonar; nunca juzgar y tratar siempre de comprender al propio hermano. Por eso, apóstoles de mi amor, oren por aquellos que no saben amar, por aquellos que no los aman, por aquellos que les han hecho mal, por aquellos que no han conocido el amor de mi Hijo. Hijos míos, esto es lo que pido de ustedes, porque recuerden: orar significa amar y perdonar. Les doy las gracias.”