«Queridos hijos, con amor materno les ruego: ámense los unos a los otros. Que en sus corazones -como mi Hijo lo ha querido desde el principio-, esté siempre, en el primer lugar, el amor hacia el Padre Celestial y hacia el prójimo; por encima de todo lo terrenal. Queridos hijos míos, ¿no reconocen los signos de los tiempos?¿no reconocen que todo lo que está en torno a ustedes -todo lo que está ocurriendo-, es porque no hay amor? Comprendan que la salvación está en los verdaderos valores. Acepten el poder del Padre Celestial, ámenlo y hónrenlo. Caminen tras las huellas de mi Hijo. Ustedes, hijos míos, apóstoles míos queridos, ustedes se reúnen siempre de nuevo en torno a mí, porque tienen sed. Están sedientos de paz, de amor y de felicidad. Beban de mis manos. Mis manos les ofrecen a mi Hijo, que es manantial de agua pura. Él reavivará su fe y purificará sus corazones, porque mi Hijo ama a los corazones puros y los corazones puros aman a mi Hijo. Solo los corazones puros son humildes y poseen una fe firme. Corazones así les pido yo, hijos míos. Mi Hijo me dijo que yo soy la Madre de todo el mundo. A ustedes, que me aceptan como tal, les pido que me ayuden con su vida, oración y sacrificio, para que todos mis hijos me acepten como Madre, y pueda así conducirlos al manantial de agua pura. ¡Les doy las gracias! Queridos hijos míos, mientras sus pastores les ofrecen el Cuerpo de mi Hijo con sus manos bendecidas, den siempre gracias en sus corazones a mi Hijo por Su Sacrificio y por los pastores que les da siempre de nuevo.»